sábado, 29 de diciembre de 2018

Prólogo a la autobiografía de Elisabeth Moeller

Existe el hábito entre los seres humanos de ensalzar excesivamente el valor de muchos varones, sin embargo se olvidan a veces del valor de muchas mujeres a las cuales hay que agregarles el heroísmo de ser madres.

En nuestra madre se reunían aquellas cualidades y aún más; era hermosa y buena.

Si hay alguien que dedicó su vida y sus sueños con entereza a sus seres queridos, esa fue ella. A pesar de los terribles dolores que le provocaba la enfermedad que le arrebató la vida, se sintió agradecida de la existencia que había tenido.

Hasta que estalló la guerra en Europa y en el mundo, había disfrutado de su juventud en la forma sana que caracteriza a las personas amantes de la naturaleza y dotadas de gran capacidad física.

Nuestro padre fue un hombre sabio y bondadoso, que la amó tiernamente y hasta su muerte le fue fiel. Incluso en los años difíciles de la guerra y post guerra, siempre ella supo valorar las cosas simples y gratuitas de la vida. La dedicación a los suyos y el afán de mantenerlos unidos fue su principal meta. 

Debo recordar lo sucedido un día para poder retratarla mejor: 

Me encontraba un día en el fondo de nuestro jardín, sumido en una fuerte depresión; hacía tiempo me encontraba en ese estado y nada me había ayudado hasta ese momento. En aquella época ella ya se encontraba en estado avanzado de su enfermedad. Sin embargo, con mucha dificultad, cogió un bastón y como pudo llegó a mi lado para abrazarme e infundirme ánimo. Su situación era por supuesto mucho peor a la mía, pero allí estaba ella apenas sosteniéndose con sus pies y, sin embargo, ayudándome a pisar seguro con los míos.

Sin duda que tras sus dulces ojos color cielo se albergaba un temple de hierro, que sólo el mal que la destruyó logró doblegar.

Cuando inicié estas líneas nuestra querida Mutti, como todos la llamaban y autora de este hermoso diario de vida, yacía hace más de un año bajo tierra. Sin embargo, la luz que irradió su persona aún nos alumbra.

Ella es, necesariamente, la persona que hay que invocar cuando se busca amor sublime que está por sobre todas las cosas perecederas y banales de este mundo tan aficionado a vivir de superficialidades. Su ejemplo hace que admiremos a todas las madres responsables del mundo y que nos sintamos solidarios a ellas.

Ella nos enseñó a no odiar a nuestros enemigos y nos contagió la ternura infinita hacia los niños. El amor a la familia adquiere con ella un supremo significado. Todo en ella era dulzura y cariño. Sus palabras y sobre todo su ejemplo testimonian lo dicho.



Si fuera compositor le dedicaría la más hermosa de mis melodías y si fuera poeta estas líneas estarían escritas en los más maravillosos versos que se puedan concebir.

Espero que el mensaje que ella nos dejó en su diario sirva a todo el que lo lea. No hay duda de que a través de ella se encuentra la fe perdida en la humanidad, por los hechos que a diario ocurren en nuestras vidas y en general en el mundo. Reconforta pensar que pueden haber personas como ella, que están siempre dispuestas a dar todo por ayudar a los que aman. En este siglo de odio, ella fue una luz.

Su recuerdo perdurará por mucho tiempo y en la medida en que nos vayamos despidiendo de este mundo aparentemente sin sentido, encontraremos una mejor razón para nuestra existencia cuando nos volvamos a reunir para toda la eternidad con nuestros seres queridos. Terminó su tarea aquí en la Tierra y se fue con la convicción de que su marido la esperaba con los brazos abiertos en el más allá.

¡Querida Mutti! -como le decíamos en nuestro idioma natal y que significa 'madrecita'-, que el Ser Supremo te permita descansar de tus inmensos padecimientos y estar junto a nuestro padre que tanto quisiste, preparando el hogar eterno a tu descendencia.

Muchas otras cosas se pueden decir de ella, especialmente pueden opinar aquellos que la vieron de otro punto de vista, y estoy cierto que sólo pueden decir cosas buenas, nosotros los hijos le conocíamos como madre y como tal era lo mejor que un hijo puede desear.


Fritz Demuth Moeller

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