Hace algunos días se apagó en paz
la heroica vida de un hombre de habla alemana y a la vez doctor. Rodeado y
cuidado por sus hijos y por su esposa, que también lucha por su salud. Terminó
una existencia, la cual, en el lugar que estuviere fue dedicada a curar y
calmar al enfermo. Los cada día mayores nietos fueron para él un importante
alivio y alegría y enriquecen a nuestro querido Chile de la mejor herencia
europea.
Mientras la mayoría de los profesionales pueden escoger su propio futuro en su trabajo, a este médico no le tocó tal suerte. El destino le puso en su vida una cadena ininterrumpida de sorpresas y obstáculos como a muy pocas personas suele suceder.
El doctor, de 78 años, descendía de una familia bohemia de la ciudad de Reichenberg, en el mismo lugar en que como súbdito del emperador austro húngaro José Francisco I vio por primera vez la luz. A menudo contaba de su niñez, en que como alumno de la primera clase le tocó dar la mano y, otra vez, entregar un ramo de flores al monarca.
Después del bachillerato, participó como oficial austriaco en la Primera Guerra Mundial, y entró en 1918 en la Universidad alemana de Praga, para ser finalmente promovido en Viena.
Los entonces mundialmente famosos ginecólogos profesores Wabel y Wagner se contaban entre sus profesores, los cuales le sugirieron trabajar en el hospital urbano de su ciudad natal. Allí llegó a ser pronto director de dicho establecimiento.
Sin embargo, todo no iba a resultar tan fácil de ahí en adelante. Cuando en octubre de 1938, las tropas alemanas ocuparon el territorio del Sudete, pudo permanecer el Dr. Demuth en calidad de insustituible en el hospital, pero es colocado en una situación muy desagradable al fin de la guerra por el gobierno checoeslovaco. Solamente su calidad de médico lo salvó de lo peor. Mientras a la familia se le permitió seguir viviendo en el subterráneo de su propia casa, él fue llevado a un campo de concentración. Tres años duró esta situación y cuando la inquietud lo llevó a pedir ayuda a viejos amigos checos, la respuesta lacónica fue: “debiera estar contento de estar ahí dentro. Afuera no existe ninguna garantía para su vida”.
Cuando luego apareció un rayo de esperanza llegó la invitación de Sudamérica. A través de organizaciones caritativas logró contactar con el consulado chileno en Praga y además los pasaportes necesarios. La alegría era grande, sin embargo, para el viaje no existían los medios económicos. Fue en ese momento en que hizo su aparición un ángel salvador: la buena suegra, que vivía en Londres y que ya había ayudado con mercadería y que más tarde colaboraría en la organización y en la parte financiera para construir una vivienda.
Y un hermoso día, luego de una travesía por la pampa argentina y la nevada cordillera de los Andes, la familia bajó del vagón de tercera clase en la estación Mapocho de Santiago.
Para ellos todo no iba a ser tan fácil, sin embargo, respiraron aliviados por encontrarse en este oasis de paz y amistosa gente.
El entonces ya cincuentón debió acostumbrarse y aprender el nuevo idioma y a pesar de la gran camaradería y ayuda de sus colegas, debió cumplir una serie de requisitos legales ingratos, ya que la ley aún era el no muy rígido Chile.
La autoridad central del Servicio Nacional de Salud lo envió a Vichuquén, un pueblo cercano a la costa de la provincia de Curicó. Allí revivió el emigrante con sencillos medios, gran entusiasmo y muy escasos recursos, un hospital ya abandonado.
Con gran tranquilidad y paz y con el agradecimiento de una desamparada población rural, logró el “doctorcito” hacerse de un gran renombre. Luego de cinco años en esas condiciones, se le permitió adquirir la nacionalidad chilena.
De estos días de práctica rural proviene esta anécdota contada por él mismo:
Una mujer sufría varios días de fuertes dolores de vientre. El examen confirmó esta dolencia que se localizaba bien abajo a la derecha. La paciente quedó bajo observación y después de 48 horas apareció una hinchazón en la pared vaginal derecha. Además, fiebre en un estado general aceptable. Diagnóstico: purulencia enquistada. La zona fue adormecida con anestesia local y abierta con un bisturí. ¿Qué es lo que apareció? Gran cantidad de pus fluyó hacia fuera y entre ésta apareció, ya medio descompuesta, la apéndice. Las manos hábiles del ginecólogo suturaron pronto el resto del intestino.
¿Cuántos doctores pueden contar esto?
Los últimos años en Vichuquén se hicieron para la familia Demuth muy difíciles, debido a que las niñas estaban en edad escolar y el vecino y mundano balneario de Aquelarre se encontraba aún incipiente.
Por esta razón, no fue sorprendente que el nuevo médico chileno buscara nuevos horizontes. Estos los encontró en la localidad de Villa Alemana y Quilpué, en donde iba a pasar fructíferos años como ginecólogo y médico general.
A través de su bondad, competencia y preocupación que dedicó a la población, pagó con creces la hospitalidad de su nueva patria.
Nosotros nos inclinamos en despedida de este gran hombre que llevó la pesada carga de su destino con la moral alta y sin desfallecer. Su vida y obra nos llena de gratitud y admiración.
Quieran las nuevas generaciones reconocer en este ejemplo que para servir al prójimo no se requieren clínicas universitarias y pomposas, sino que cualquier lugar es bueno siempre que haya buena voluntad.
Que nunca nos abandone la memoria del Dr. Demuth, el siempre bondadoso y encantador hombre con el acento alemán bohemio. El profesional y amigo del hombre predestinado a ser médico. El sabio y versado, de cuyos ojos emanaba gran sabiduría. El mensajero de un mejor mundo que debemos forjar en nosotros mismos.
Dr. Juan Westermeyer
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